Viajero, si alguna vez visitas los claustros del Convento de Santo Domingo en Villanueva de los Infantes, verás cómo la herida de los siglos está cauterizada de criptogramas; y cuando subas a la celda, se nublarán tus ojos de crespones, se llenará la Historia de mortajas y volarán esquivos los murciélagos…
Y es que aquí vino a refugiarse Don Francisco de Quevedo con el alma aterida de destierros y con el cuerpo lleno de postemas, hasta que el día 8 de Septiembre del año 1.645 falleció y fue sepultado, como dejara escrito en testamento, con el hábito de los caballeros de Santiago, en la Capilla de los Bustos de la Iglesia Parroquial de San Andrés. Pero, por azares de los tiempos y repetidas mondas, sus restos fueron trasladados a otra cripta de la espaciosa nave, dónde reposan para siempre confundidos, entre camándulas de clérigos y polvorienta herrumbre de tizonas.
Sabemos todos que Don Francisco de Quevedo adquirió por herencia de su madre Doña María de Santibáñez Villegas el señorío de la aldea de la Torre de Juan Abad y que por razones de salud y vecindad, pasó muchas temporadas en Infantes, sobre todo, a partir de sus fracasos en la Corte y cuando cumplía condenas del Conde Duque “retirado en la paz destos desiertos”. Aquí en la blasonada villa dialogó en numerosas ocasiones con su preclaro amigo Jiménez Patón, platicaba con un doctor boticario, visitaba a los frailes y se hospedaba siempre en la casa del Correo Mayor, que estaba justamente situada enfrente de la del Vicario.
Pero, como decíamos al principio, aunque la tarde se vista de crespones y se pueble la noche de murciélagos, todavía pueden contemplarse en esta celda el sillón frailero y la mesa de curado pino, dónde el autor de los Sueños repasa y ordena su diseminada producción en verso y escribe sus últimas cartas a Don Sancho de Sandoval y a Don Francisco de Oviedo… También puede verse aquí una magnífica litografía (la misma que reproducimos en nuestra portada) del retrato que Velásquez le hiciera a Quevedo en el año 1.628, sacada directamente de la única copia del original que, como el oro en paño, se conserva en el Instituto de la ciudad de Valencia. Tiene los anteojos puestos, la cabellera larga y suelta con relámpagos de plata, el bigote, la perilla y la planetaria frente con surcos de meditaciones en busca de la luz y de las sombras. En la parte superior del cuadro aparece el nombre del poeta, abreviado el don, que tan machaconamente se le fue pregonando por la vida.
Hora es ya de decir que, con motivo del cuarto centenario del nacimiento del poeta y, por iniciativa de Don Miguel Montalbán, entonces alcalde de la villa, se fundó en Villanueva de los Infantes la Orden Literaria Don Francisco de Quevedo el día siete de Abril del año 1.980. Conviene resaltar el espíritu caballeresco y cultural con que están redactados los Estatutos de la Orden y, sobre todo, el carácter primordial con que se convoca el Certamen Poético Internacional y se celebra anualmente con ceremonial e indumentaria a los usos y costumbres del siglo XVII.
Lo reitero otra vez, viajero amigo, no olvides nunca que en estos claustros del Convento de Santo Domingo se nos muere la tarde de dulzura, se amortaja la Historia de crespones, se reviven los sueños, se reencarnan las médulas ardidas y palpita la luz de las Españas.
Ya formidable y espantoso suena
dentro del corazón el postrer día:
y la última hora, negra y fría,
se acerca, de temor y sombras llena.
Si agradable descanso, paz serena,
la muerte en traje de dolor envía,
señas da su desdén de cortesía:
más tiene de caricia que de pena.
¿Qué pretende el temor desacordado
de la que a rescatar piadosa viene,
espíritu en miserias anudado?
Llegue rogada, pues mi bien previene:
hálleme agradecido, no asustado:
mi vida acabe y mi vivir ordene.
(Soneto escrito en Villanueva de los Infantes
por Don Francisco de Quevedo, días antes de su muerte.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.